Azar manipulado

Por Adriana Zambrini

¿Cómo abrirnos al azar para aumentar nuestra potencia de actuar?
El encuentro se da en la composición de sensaciones-acciones entre los cuerpos que se mezclan. Las sensaciones, que son vibraciones del cuerpo intenso, devienen resonancias en el abrazo de los cuerpos. Se vibra en soledad, se resuena en el encuentro. El resonar es producción de alteridad y de ritmo compuesto, una complejidad.
El encuentro es un ritmo nunca definitivamente pautado, que va de afectación en afectación en el movimiento de una realidad siempre cambiante.

Lo azaroso y lo circunstancial van tejiendo una sutil trama de nudos y deslizamientos. Una multiplicidad de gestos, sonidos, palabras, miradas…cuerpos que se afectan y se alejan en una danza variada.
En la densidad misma del espacio intangible, una espesura…una liviandad…una rispidez…una ráfaga de caos que impide llenarlo todo por completo.
Una no-completud que no es carencia ni ausencia, sino movimiento azaroso de lo impredecible que libera espacios, que el discurso o el gesto repetido, intentan avasallar y enmarcar. El encuentro es el aire en donde los bailarines hacen un giro a lo indescifrable. Una apuesta al infinito, hasta la variación final de una distancia. Los cuerpos se alejan…vibran rítmicamente…algo sucedió.

Un mal encuentro se manifiesta entre dos contrincantes: por un lado el déspota dominador y por el otro el dominado, ambos provistos de un mismo régimen de signos cerrado, estratificado y posesivo, sostenido por el personaje de la ficción reactiva que opera como aparato de captura. Victima-victimario, perdedor-ganador, poderoso-cobarde, heroico-temeroso, por qué no loco…, la lista de los rostros ancestrales del cautiverio es larga.

Variedad de semióticas rígidas que se apoderan de la existencia, sencillamente “piden la vida” a cambio de una identidad reaseguradora. Se compone un juego existencial cuyas relaciones, siempre exteriores a los elementos, formalizan una subjetividad cerrada a lo acontecimental y demorada en una repetición que se resiste a la presencia de la diferencia.

Se dan relaciones estereotipadas, que preservan el mundo de lo mismo, de las identidades y las identificaciones de la representación. Juegos interminables, bien pautados por agenciamientos que priorizan la dominación y la servidumbre por sobre la libertad. Un baile de fantasmas que pueblan una sociedad de yo anestesiados, seducidos por hilachas de poder ilusorio. El deseo detenido, poseído, deviene una maquina de guerra desactivada y puesta al servicio de una esclavitud voluntaria.
Dos fuerzas que se oponen, se enfrentan en una lucha desigual a vida o sometimiento. Las circunstancias estratificadas ofrecen la seguridad de lo mismo, la paz a cualquier precio. Al deseo se lo hace culpable.

Por el contrario, un buen encuentro se produce entre dos como mínimo, en tanto ambos devienen cuerpos deseantes que expresan la potencia-deseo, que insiste en perseverar en la existencia. Cuando los cuerpos se ofrecen a seguir lo inquietante y violento de los signos, partiendo del fenómeno como expresión-explicación de una red de relaciones, y se aventura a lo distinto-oscuro del pensar, allí donde el pensamiento no se afirma en lo claro y distinto de la razón de los hechos, se produce una alteridad de fuerzas y sentidos, que lejos de buscar la confirmación de lo conocido, se lanza a la aventura de lo inédito.

El pensamiento es forzado a pensar lo aún no pensado. Este devenir de intensidades resuena en la superficie de subjetivación, modelando y actualizando una diferencia. El encuentro que se da en el plano trascendental del afuera, encuentro de afectaciones múltiples, produce una modificación en el mundo de las representaciones. Nada es lo mismo, y el yo viejo debe dar lugar a un yo nuevo, que de no continuar deviniendo en la multiplicidad de los signos, se cristalizará rápidamente. No hay vuelta atrás o regresión, sino detención del movimiento, experimentando el sujeto un nuevo malestar.
El encuentro gozoso permite la aparición del placer, allí donde el sujeto descansa momentáneamente de lo intempestivo del deseo. Deseo ni satisfecho ni insatisfecho, deseo que escapa a estas categorías tramposas, deseo que solo desea el desear.

El juego de relaciones ha cambiado, nuevas virtualidades se han actualizado y efectuado en el plano de la realidad, y la multiplicidad de virtualidades de la potencia no efectuadas, que componen el cuerpo sin órganos en donde habita cada quien, pugnan por expresarse. La vida no es tranquila sino inquietante. El intento de frenar el movimiento de los signos-afectos, convirtiéndolos en significantes, es apostar a la esclavitud. Lo inquietante no es lo angustioso, sino por el contrario, la angustia sobreviene cuando se intenta frenar la violencia del signo-afecto inquietante. En este caso la violencia es causa, no efecto, y queda al  servicio de la dominación del otro y no de la creación de lo inédito. Un modo de vida.

El encuentro con el otro es abrirse a lo diferente-oscuro que nos habita a ambos. El encuentro es relación de intensidades mutuas, asubjetivas e impersonales, relación de individuaciones nunca acabadas sino dinámicas, que se juegan en el mundo de las representaciones pero que no se agotan en ellas. Toda una lógica que se funda en el sentido de las fuerzas, del cuerpo de sensaciones, y no en la lógica de las formas.
El hombre, ese grado de potencia que somos, tiene dos alternativas: se entrega a la inercia de lo dado, o utiliza la fuerza revolucionaria del deseo. El nivel de captura o de libertad determinará la contienda.

El enfrentamiento con el juego reactivo es cuerpo a cuerpo, la captura es mucha y organizada; la potencia-deseo es ligera, veloz y se pierde con facilidad en los múltiples rostros que la sociedad le ofrece. Los rostros están cubiertos de mucha soledad, pues deben controlar las múltiples conexiones que el deseo necesita para maquinar con otro cuerpo.

¿Qué nos queda, binarizar el juego y ofrendar la vida en una pelea desigual? No: saber huir.
“En un hombre libre, pues, la huida a tiempo revela igual firmeza que la lucha; o sea, que el hombre libre elige la huida con la misma presencia  o firmeza de ánimo que el combate.” (Spinoza, Ética, iv, corolario)

Hacer huir las fuerzas de las trampas del miedo, de la seguridad de una paz a cualquier precio, de las verdades únicas, de las líneas rígidas de lo mismo.
Las armas: la ligereza, las desterritorializaciones de lo prefijado por los sentidos múltiples, los valores altos de afirmación de la vida contra las reglas de juego de lo establecido.
Hay que saber apoyarse en un movimiento de deconstrucción que barra con los límites de las certezas, inventar nuevos sentidos que desestabilicen las complejidades fijas de una realidad cambiante. Sustituir los enfrentamientos por la conversación, dejarse afectar por los signos-afectos que rasgan el mundo de la representación y liberan el lenguaje.

Devenir otro sin dejar de ser uno mismo, dice Deleuze. Hacer intervenir el azar como la tirada fatal que reúne los fragmentos y “libera  al destino de la necesidad”, parafraseando a Nietzsche. 

Nos encontramos…  le propongo al paciente tomar las imágenes visuales de su relato, para que vayan surgiendo las figuras de la ficción, la expresión de la potencia detenida. El azar interviene como acto desde el deseo, y puja por reanudar el devenir interrumpido. Desde las fuerzas de desterritorialización, la materia movimiento del cuerpo sin órganos imprime intermitentemente su ritmo.

Ante el relato del paciente el terapeuta interviene al azar, lanza marcas verbales que van a integrar el conjunto. Preguntas, gestos, ideas que van surgiendo por resonancia entre uno y el otro, para descentrar el relato de una captura que toma a la potencia-deseo por rehén. Justo una idea, no una idea justa, dice Godard.

Se trata de poder desformalizar las líneas rígidas a través de la sorpresa, lo inesperado y el humor, que quiebran la solemnidad y denuncian  las trampas del relato en su condición de irremisible; hay que desenmascarar los rostros de la dominación y la servidumbre a los significantes únicos, en fin, ejercer entre ambos un contrapoder.

Una micropolítica frente a la macropolítica de lo establecido, entrando en los clichés, pero sabiendo salir de ellos. Experimentar, sabiendo que un individuo no convive solo con aquellos con quienes comparte su deseo de libertad, con quienes concuerdan e incrementan mutuamente su potencia; sino que por el contrario, debe convivir con otros individuos gobernados por un pensamiento supersticioso y sentimientos de envidia e impotencia.

Spinoza  nos advierte que el límite de la adaptación necesaria está dado por el grado de transformación en nosotros; nunca se debe pasar el límite que nos lleve a la pasividad y a la servidumbre extrema.
Por eso, es importante no acomodarse a un orden que inhiba la potencia-deseo, utilizar de las fuerzas libres de ésta para la confrontación con lo dado a través de los resquicios de la multiplicidad, en lugar del enfrentamiento de lo binario.

Para confrontar con la servidumbre, hay que dejar entrar al azar con su efecto deconstructor y luego manipularlo, como sugiere Francis Bacon, para preservar lo necesario de la representación e imprimirle un movimiento que le modifique el ritmo y la mecánica  al pensamiento y la acción-sensación. Un nuevo complejo de afectos que se oponga a la fluctuación anímica que actúa al “azar de los encuentros”, por el solo poder de la fortuna.

Al resonar entre ambos, terapeuta y paciente, nos adueñamos de nuestro poder de afectar y ser afectados. Hacer comunidad en la alteridad. Todo accidente es incluido y utilizado. Por esto, nada es leído como un acting, todo lo que ocurre son acciones-sensaciones de una potencia que está agenciada. El acting es una lectura que parte de un centro de significación y como tal, cualquier desvío al significante de referencia es sancionado.
Por el contrario toda acción-sensación es leída como expresión de un agenciamiento, o sea, de un territorio que organiza los signos y las líneas en un régimen particular, que da cuenta de una cierta enunciación maquínica colectiva.

Cuando ambos, terapeuta y paciente, comprenden que se sale del juego dominante no por certezas, sino por un cambio en el sentido de las fuerzas, se crean nuevos puntos de vista. El punto de vista da cuenta de un modo de pensar y de existir, y es en el valor y sentido de las fuerzas donde el forzamiento de dos puntos de vista crea la posibilidad de uno nuevo, de lo aún no pensado, de una nueva afirmación que opera como una otra actualización del deseo, sin que esto se convierta en una certeza.  Aquello que no queda efectuado, insiste como un signo-sentido que violenta nuevamente al pensamiento para seguir pensando y producir subjetividad.

No se piensa porque algo nos falta, sino para producir lo real inconciente. En esto consiste el acto terapéutico como hecho estético y ético. Si funciona es porque se ha podido arrancar del complejo vital del paciente, el estado figurativo del relato para construir  una figura-idea expresiva de la potencia-deseo.

El elemento figurativo no se puede eliminar por completo, se conserva algo de él. Lo suficiente para dar cabida a lo figural y al percepto. Lo figural es la abstracción de la figura-relato que escapa de la ambigüedad de los signos cotidianos, lentificando el caos de modo de utilizar sus fuerzas sin desintegrarse en su velocidad.

“Somos una lentificación del caos” Nietzsche.

Una ética de la razón y de los afectos.

Hay un segundo elemento figurativo-conceptual: lo que acontece entre el terapeuta y el paciente en el encuentro terapéutico, la multiplicidad de afectos que van componiendo ese tercer cuerpo, el cuerpo terapéutico.

Entre las dos figuraciones: la conservada del relato inicial y la encontrada en la producción de un  nuevo relato, se ha producido un cambio de naturaleza. Media entre ambas un cómo hacer. Para esto, la primera figuración de ideas y sensaciones ha sido desorganizada y deformada por líneas libres de expresión y luego reinsertada nuevamente al conjunto. Hay producción de sentidos nuevos. Se ha experimentado.

Las representaciones encontradas y recreadas, ya no se asemejan a las representaciones iniciales. El azar ha desbordado la intencionalidad inicial y el efecto de resonancia entre ambos produjo otra territorialidad móvil y transitoria. Un encuentro acontecimental. Un afecto.

Spinoza piensa que útil es todo aquello que aumenta nuestra potencia de actuar y de pensar, nuestra capacidad de afectar y ser afectados, en tanto es útil para la conservación de la naturaleza de la que somos una parte inseparable. Parte inseparable de un movimiento infinito del que somos una expresión, una diferencia que necesita de la repetición del fenómeno para dibujar un desvío, un desvío por donde la vida fluye.

Hay hombres que intentan siempre buscar una frase por donde comenzar una historia, darle coherencia a un relato, escenificar un mapa de gestos, hacer de la vida algo utilitario y no útil. Programar un futuro para evitar lo incierto. Asegurarse en una identidad que los nombre. Poseer un nombre y ser poseídos por él. ¿Será por esto que Spinoza dice que el hombre lucha por su esclavitud como si fuera su libertad?

El deseo busca la libertad, no la libertad del hacer que se encierra en el callejón ilusorio del libre albedrío, sino en la libertad de la acción-sensación que produce consistencia e inmanencia.
Cuando pensamos a las relaciones como internas al sujeto, productos de su subjetividad, ubicamos al hombre en el centro de un círculo radial. En este caso, se piensa que el sujeto crea la realidad arbitrariamente a su antojo, con lo cual sólo bastaría con cambiar la subjetividad para que la realidad cambie. Desprogramar y programar.

Pero si toda subjetividad es de mundo, es en el acontecimiento del encuentro entre cuerpos que se crea realidad, y el acontecimiento siempre es incierto y azaroso, no hay garantías, solo devenir. Encuentro entre cuerpos sociales, cuerpos de ideas, cuerpos imaginarios, cuerpos virtuales, cuerpos biológicos, cuerpos vibrátiles.

Lic. Adriana Zambrini
Psicóloga

 

1 comentario (+¿añadir los tuyos?)

  1. Graciela Ruiz
    Ago 05, 2010 @ 00:31:42

    Buenísimo!!!!

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